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Armada con su equipo de limpieza, una salvadoreña asiste con su trabajo a pacientes de coronavirus

En la medida que los casos de coronavirus se dispararon en Los Ángeles, los desafíos para María Saravia se incrementaron, una diminuta mujer que, con sus manos y un carrito que empuja con diferentes implementos, se dedica a desinfectar el piso del hospital Keck en donde están los pacientes de covid-19.

“En marzo cambió todo, el piso se convirtió en una área para los pacientes de coronarivus”, explicó durante un receso de su extenuante jornada de limpieza, algo que ella realiza con dediación desde hace más de 30 años en su paso por cuatro hospitales, incluyendo en el que trabaja en la actualidad.

Saravia, de 56 años, mide 1.52 centímetros y su color de piel es trigueña. Al llegar de El Salvador, en 1980, se estableció en el vecindario angelino de Boyle Heigths. Gracias al sudor de su frente, esta inmigrante ha sacado adelante ella sola a tres hijas, a quienes ha conducido a la universidad.

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“A mi me gusta mi trabajo”, reconoce la salvadoreña que comienza su turno a las 7 am y lo concluye a las 3:30 pm.

Desde hace 10 años, Saravia labora en el hospital Keck, de la Universidad del Sur de California (USC). En los últimos 9 años, prácticamente quedó asignada al piso 8 de ese centro médico, en donde se atendían a los pacientes de fibrosis quística.

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En marzo, al propagarse la pandemia, ese piso se convirtió en la área de los pacientes con coronavirus y esta mujer se encarga de limpiar cada habitación. En el lado oeste, hay 10 cuartos de la Unidad de Cuidados Intensivos; en el lado este, hay 14 cuartos con pacientes en recuperación.

“Al principio tenía como mucho miedo, porque había que cambiarse, usar nueva ropa. Sí, me asusté”, confesó.

Saravia se puso a pensar en los suyos. Cuenta que en su casa viven sus padres, ambos son personas mayores de edad, quienes padecen de presión arterial. Asimismo, ahí viven dos de sus hijas y dos nietas, una de 6 y otra de 7 años.

“Me quedé en shock, dije: ‘Me puedo contagiar, va a morir alguien de mi familia’”, añadió.

Ese temor fue menguando, dijo. Saravia reconoce que no ha desaparecido por completo el miedo, pero no es como al principio. En parte, admite que se debe a que en el hospital todos los días les explican cómo protegerse. De igual forma, todo el personal, enfermeras y doctores, se apoyan como equipo.

“Hasta los doctores te ayudan”, reveló.

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Y es que para entrar a las habitaciones, las enfermeras le dan asistencia para vestirse y que entre lo más protegida posible.

En las últimas 12 semanas, su rutina ha sido diferente. Después de lavarase minuciosamente sus manos, se pone lentes, un gorro y una mascarilla. Antes de entrar a los cuartos, se pone un traje y se cubre los zapatos. “Y me pongo doble guantes”, indicó.

Luego de vestirse, las enfermeras revisan su traje y si se abre, le colocan cinta adhesiva.

Por lo general, ella trabaja 8 horas al días. Sin embargo, al iniciar la emergencia el trabajo se incrementó. Entre marzo y abril estuvo laborando un promedio de 12 horas diarias. “Era algo nuevo, estábamos aprendiendo, todos los días habían órdenes diferentes”, aseguró.

Saravia dice que no se inmuta al trabajo ni tampoco al aprendizaje. Cuando entró a esta industria, hace aproximadamente 32 años, casi siempre tuvo dos empleos de forma simultánea. Antes de llegar a Keck, pasó por el hospital White Memorial, el centro médico Garfield y el centro de cáncer Kenneth Norris Jr.

No obstante, al llegar a Los Ángeles trabajó en limpieza de casas y en costura.

“Siempre he trabajado en dos lugares”, aseguró.

La petición de una de sus hijas, que la extrañaba en casa porque pasaba la mayor parte del tiempo trabajando, se le hizo realidad cuando entró al hospital Keck, en donde labora a tiempo completo.

Me siento satisfecha, mi conciencia está tranquila, que ese paciente va a estar en ese cuarto limpio y yo estoy contribuyendo un poco con la salud de ese paciente

— María Saravia, empleada de limpieza del hospital Keck

A pesar del miedo, que tenía al principio de la pandemia, ella realiza su trabajo con pasión.

“Yo platico con los pacientes; si un paciente no quiere [hablar], solo lo saludo”, aseveró.

En cada jornada, Saravia se arma de un trapeador y toallas, así como de bolsas plásticas transparentes para basura, bolsas azules para residuos biopeligrosos y bolsas rojas para la ropa sucia; dichos implementos los lleva en su carrito.

“Ahí cargo todo, [el carrito] es indispensable para mí, es mi acompañante”, aseguró.

Antes recibía ayuda, ahora a ella le toca sacar casi todas las bolsas de desechos, ya que se ha reducido el ingreso de personas a esa área. En cada uno de los 24 cuartos que limpia, sus manos desinfectan los baños, el lavamanos, las ventanas, el teléfono, el control del televisor y el gabinete de las medicinas, entre otros.

“Me tardo de 15 a 20 minutos por habitación”, dijo.

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La satisfacción de lo que hace es enorme, asegura. A juicio de Saravia, este trabajo alguien lo tiene que hacer y ella tiene un secreto para dar el mejor esfuerzo en su labor.

“Me pongo a limpiar cada cuarto somo si un un ser querido mío va a estar en ese cuarto”, aseguró.

“Me siento satisfecha, mi conciencia está tranquila, que ese paciente va a estar en ese cuarto limpio y yo estoy contribuyendo un poco con la salud de ese paciente”, concluyó Saravia.

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