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En la crisis por la pandemia, las pupusas se convirtieron en ‘una bendición’ para empresaria hondureña

La Troca Catracha es el negocio que compró en el 2019 Glenda Rivera, originaria de San Pedro Sula, Honduras.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times en Español)

En un colorido camión de comida, Glenda Rivera se desplaza hasta llegar al barrio coreano, en donde se estaciona sobre el bulevar Wilshire, llevando seis días a la semana una variada oferta de platillos con el sazón hondureño, menú que en medio de la pandemia tuvo que reinventar para sobrevivir.

En el frente, La Troca Catracha, tiene colgada una gran bandera de Honduras y en el interior está equipada con condimentos, harina, arroz, frijoles y pollo, entre otros ingredientes, junto a una plancha, dos refrigeradores, una freidora y una vaporera. “Es una cocina andando”, indicó la empresaria.

“Cuando el consulado está abierto, la baleada y el pollo con tajada es lo que más vendo”, manifestó la oriunda de San Pedro Sula, en referencia a la oficina consular de Honduras que se encuentra al cruzar la avenida Ardmore.

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Al cerrarse el consulado hondureño, a raíz de la pandemia, los clientes catrachos que le consumían las baleadas, el pollo guisado con papa y la sopa de res, se quedaron en sus casas. Y ella, junto a su esposo, Armando Pérez, solo veían pasar los clientes. A veces vendían un máximo de 60 dólares al día.

“Ahí fue cuando dije: ‘Tengo que reinventarme y vender otro tipo de cosas’”, indicó la empresaria de 42 años.

En cuestión de tres minutos, Glenda Rivera preparó unas baleadas con aguacate.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times en Español)

Ese cambio de mentalidad y salirse del patrón, es algo que Rivera también hizo cuando llegó a Estados Unidos. Cuenta que la cocina siempre le ha gustado, pero en su país de origen ella laboró como estilista por 24 años. Era una adolescente de 14 años cuando incursionó en el cuidado de la belleza femenina.

Al llegar a Los Ángeles, en el 2016, buscó trabajó en un salón de belleza. En un local, le dieron trabajo una semana. Luego se fue otra semana con un pintor, ella tenía que limpiar las manchas en el piso y cubrir los tomacorrientes. Lo que ganaba dice que no era suficiente para lo que necesitaba.

“Así no iba a poder pagar la deuda nunca”, aseguró, detallando que además ella tenía la responsabilidad de ayudar a tres hijas en su tierra que estaban estudiando.

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En ese momento, alguien le dijo que podía ganar mejor en la cocina. El mensaje no cayó en oidos sordos y encontró trabajo en un restaurante salvadoreño.

Cuando atendió el primer cliente, rememora con humor que se quejaron con la dueña del negocio.

¿Verdad que la cocinera no es salvadoreña?”, dijo el cliente.

“No, es hondureña. ¿Por qué?”, dijo la propietaria.

“Es que no sabe hacer pupusas”, le replicó el consumidor.

El cliente devolvió las pupusas y se las llevaron a Rivera. Sucede que ella ponía la masa en un plástico, hacía dos tortillas y luego las unía con los ingredientes en el centro. A partir de esa experiencia, aprendió a echarlas con la mano. “En eso me especialicé, sé hacer toda la comida salvadoreña”, aseguró.

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En agosto de 2019, cuando compró La Troca Catracha, introdujo las pupusas en el menú, agregó la yuca con pata de cerdos y, asimismo, estableció como parte de la identidad del negocio ofrecer alimentos hechos en el día, nada es recalentado, para que el cliente se vaya satisfecho, aseguró.

“Hago la tortilla a mano en el momento”, afirmó.

En el mismo instante en que hacíamos la entrevista, Rivera nos mostró el interior del restaurante ambulante. En un espacio limpio y con los ingredientes bien acomodados, se dirigió al fondo del camión y en menos de tres minutos elaboró unas baleadas con aguacate.

En menos de cinco minutos, echó y sacó dos pupusas de la plancha, platillo que le ha permitido generar ingresos durante estos días que el consulado de Honduras está cerrado.

“¿Qué tiene?”, le dicen los clientes. La empresaria les ofrece pollo, baleadas y pupusas.

“Deme pupusas”, le responden.

Glenda Rivera y Armando Pérez son los propietarios de La Troca Catracha, que ofrece sus platillos en el barrio coreano.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times en Español)

En marzo, este negocio sufrió pérdidas de un poco más de 3 mil dólares. En ese mes, al cerrarse oficinas y al declararse la orden de quedarse en casa, al menos dos semanas La Troca Catracho no salió a la calle.

Al regresar al barrio coreano, comenzó a innovar con otros platillos como los cocteles de camarón, veciches, carne guisada, pollo guisado y sopa de res, entre otros.

“En esta pandemia las pupusas han sido una bendición para mí, eso me da de comer”, aseguró Rivera.

“Aquí vienen asiáticos, coreanos y mexicanos a comer pupusas”, agregó.

Este platillo salvadoreño se impuso ante la ausencia de la comunidad hondureña en la zona; no obstante, en los días recientes ha comenzado a repuntar la baleada nuevamente.

Las ventas poco a poco han comenzado a levantarse, pero todavía siguen utilizando Facebook para promover los platos del día, también distribuyen tarjetas de presentación con ofertas de platillos gratis después de cuatro compras.

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En general, Rivera sostiene que en su negocio el 80% de los platos son hondureños, el 15% salvadoreños y el 5% mexicanos.

“Para mi cocinar es algo relajante, no estoy pendiente de la situación que estamos viviendo”, dijo en relación a la pandemia.

“Estamos entretenidos a diario, hay una ilusión y una esperanza; todos los días estamos optimistas de que esta situación va a mejorar, es una esperanza de llegar a hacer más, crecer [el negocio] y dar a conocer nuestra cultura”, concluyó Rivera.

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