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‘Desatendido y con fondos insuficientes’: así se vive en el condado de California más afectado por el COVID-19

Nurse Jeanette Pimentel checks on COVID-19 patient Pedro Luera at Paradise Valley Hospital in National City, Calif.
La enfermera Jeanette Pimentel verifica el estado del paciente Pedro Luera, de 68 años, quien padece COVID-19 y fue trasladado en avión desde El Centro Regional Medical Center al Paradise Valley Hospital, en National City, California.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

En sus 47 años de matrimonio, Pedro y Patricia Luera nunca habían estado separados. Incluso ahora, en la enfermedad, permanecieron juntos.

La pareja había dado positivo por COVID-19. Tenían fiebre, estaban débiles y les costaba respirar.

El 2 de julio, un día después de que su esposa había sido hospitalizada, Pedro Luera, de 68 años, ingresó a la sala de emergencias de El Centro Regional Medical Center, uno de los dos sitios que atiende al condado Imperial, una región rural y empobrecida, donde residen unas 180.000 personas.

El aumento en los casos de COVID-19 había ejercido presión sobre el hospital, que se estaba quedando sin respiradores y camas de unidades de cuidados intensivos casi a diario, lo cual lo obligaba a enviar pacientes a otros hospitales.

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Pronto, los Luera fueron trasladados al Paradise Valley Hospital, en el condado de San Diego, donde los conectaron a la asistencia respiratoria. Antes de que su padre fuera sedado e intubado, el hijo de Luera, Pedro Jr., lo exhortó a resistir. “Eres fuerte. Todavía tienes muchas cosas por hacer”, le dijo. “Vas a salir de esto. Sé fuerte”.

Su padre gruñó: “Voy a pelear”.

Pedro Luera Jr., right, is shown with his family at his El Centro residence.
Pedro Luera Jr., a la derecha, se muestra con su familia, en su residencia, en El Centro. Sus dos padres fueron hospitalizados después de contraer COVID-19.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

La pandemia trajo un nivel de dificultad sin precedentes para los residentes en un condado donde el coronavirus difícilmente parece una abstracción. Las altas tasas de infección generan que casi todo el mundo conozca a alguien que ha contraído COVID-19 o fallecido a raíz de ella.

Mientras la mayor parte de California comienza un segundo cierre por la pandemia, ningún lugar se vio tan afectado como el condado Imperial. En las últimas dos semanas, el condado promedió 688.1 infecciones por cada 100.000 personas, en comparación con las 400.3 del condado de Los Ángeles. Su tasa de mortalidad es la más alta del estado, con un promedio de 25.5 muertes por cada 100.000 individuos; cuatro veces mayor que la del condado de L.A.

El condado de Imperial ya estaba en desventaja cuando la pandemia comenzó a sentirse.

Durante años, el condado lideró el estado con las tasas más altas de diabetes, enfermedades cardíacas, hospitalizaciones por asma y obesidad; todos factores de alto riesgo que hacen que las personas sean susceptibles a contraer COVID-19 y enfermarse gravemente o morir.

“Cuando hay una población con esas condiciones preexistentes y a ello se agrega el COVID-19, es realmente un problema”, consideró Thomas Henderson, director ejecutivo de la Sociedad Médica del condado Imperial.

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Los expertos en salud argumentan que otros factores contribuyeron a la propagación de la enfermedad. El condado carecía de rastreadores de contacto. El estigma del COVID-19 llevó a algunos habitantes a no alertar a otras personas de su infección. Las reuniones también fueron problemáticas, al igual que los residentes que viajaron hacia y desde los condados vecinos, incluidos los de Arizona.

Los dos hospitales del condado, El Centro Regional Medical Center y Pioneers Memorial Healthcare District, se vieron tan abrumados por el incremento de los casos que debieron trasladar a más de 500 pacientes a otros hospitales de California.

Hace dos semanas, cuando El Centro Regional Medical Center se quedó sin camas de terapia intensiva, el presidente ejecutivo de la institución, Adolphe Edward, declaró: “Esto es terrible. Me siento impotente”.

La pandemia también golpeó una región que todavía luchaba por recuperarse de la última recesión económica. Incluso con una pandemia que afecta a muchos condados, su tasa de desempleo sigue siendo la más alta del estado, según el Departamento de Desarrollo del Empleo.

Manuel Espinoso, 65, waits for a job while sitting outside a doughnut shop on Pauline Avenue in Calexico.
Manuel Espinoso, de 65 años, espera alguna oportunidad de trabajo sentado en el exterior una tienda de donas en Pauline Avenue, Caléxico.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

A principios de julio, en una calurosa mañana en Caléxico, Manuel Espinoso, de 65 años, esperaba alguna oportunidad de trabajo cerca de una tienda de donas. El instalador de sistemas de riego, que vive en Mexicali, México, había pasado una semana desempleado. Las tareas agrícolas se estaban agotando en el área debido a la pandemia, comentó.

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En una buena semana, Espinoso podía ganar alrededor de $300 para mantener a su familia. Pero últimamente no ha encontrado ningún trabajo, incluso cuando algunos solicitantes de empleo en México se niegan a cruzar la frontera porque tienen miedo de infectarse.

Espinoso tiene muchas razones para preocuparse. En junio, su hija de 42 años, la mayor de tres, y el esposo de esta, enfermaron con COVID-19. Ella murió. “No había mucho que pudiera hacer”, reflexionó Espinoso. “Ahora me preocupo más por mis otras dos hijas y mi esposa... no quiero infectarla”.

Incluso si encontrara un trabajo que le es tan necesario, los riesgos son altos y él lo sabe. Los trabajadores a menudo se apiñan en vehículos mientras van de un campo a otro. La situación no es mejor en México, comentó. “Hay muchas infecciones allí”, remarcó Espinoso. Sin embargo, no tiene otra opción: debe hacerlo. “Tienes que trabajar hasta que no puedas. Debes seguir trabajando”, comentó. “¿Qué puedes hacer cuando lo haces por necesidad?”.

Cerca de allí, Rudy Kim, de 60 años, acababa de abrir su tienda de descuento, Mi Manera.

Utilizó un soplador de hojas para limpiar la acera y encendió la radio con música en español para su clientela, mayoritariamente latina. Un letrero cerca del frente decía “Sin mascarilla no hay servicio”.

El volumen de trabajo de Kim bajó mucho debido a la pandemia. Ante un nuevo cese, teme tener que cerrar su tienda para siempre. “Esto es un pueblo fantasma”, dijo. “Algunos días solo abro durante cuatro horas”.

Una escena de calle, en Caléxico.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)
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Kim tuvo que despedir a unos 12 empleados. Perdió alrededor de $5.000 en abril pasado, cuando no pudo abrir y vender mercancías para Pascuas, las cuales ahora se encuentran almacenadas. Pero mal negocio o no, todavía tiene que pagar alrededor de $8.000 al mes en alquiler. “Estoy muy frustrado”, reconoció. “Ya no puedo afrontar esto”.

Amelia Guerrero hace fila durante más de una hora para usar un cajero automático del Bank of America, en Caléxico.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

Cerca de allí, más de 100 personas aguardaban en fila, esperando para sacar efectivo del cajero automático porque se encontraban pocos bancos alrededor. Muchos habían solicitado el seguro de desempleo y retiraban dinero para pagar la renta.

A una cuadra de distancia, en Selecto Services, una línea de gente esperaba por una gran cantidad de servicios, incluidos los beneficios de desempleo y la preparación de impuestos.

Fernando Fausto, de 59 años, un residente de Mexicali con tarjeta verde, que solía trabajar en EE.UU, estaba allí para solicitar el seguro de desempleo, pero necesitaba demostrar que había pagado impuestos. La compañía donde estaba empleado cerró en marzo, y desde entonces este trabajador del campo no había podido encontrar otra labor “Necesito pagar facturas y renta”, reconoció.

Fernando Fausto, de 59 años, residente de Mexicali
Fernando Fausto, de 59 años, residente de Mexicali, espera en una agencia de servicios privados para solicitar el desempleo en Caléxico.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

Limitado por Arizona al este, el condado de Riverside al norte, San Diego al oeste y México al sur, el condado Imperial está asediado por la quema agrícola, el polvo tóxico del Lago Salton y humo de las docenas de fábricas que operan en México.

También convive con la contaminación de miles de automóviles y camiones comerciales, que están inactivos en la frontera.

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Emmanuel Vazquez squirts hand sanitizer into a woman's hand outside a private service agency in Calexico.
Emmanuel Vázquez, a la derecha, se asegura de que todos los que ingresan a una agencia de servicios privados en Caléxico usen una mascarilla facial, y que sus manos estén desinfectadas.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

El puerto de entrada terrestre Caléxico West, uno de los dos del condado, es el tercero más convulsionado del estado; procesa alrededor de 20.000 vehículos en dirección norte y tiene 12.500 cruces peatonales por día, según la Junta de Recursos del Aire de California.

La región tiene altos niveles de contaminación del aire, que provocan o exacerban afecciones respiratorias como el asma, la bronquitis y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica. Todos estos son factores de riesgo para una enfermedad que puede hacer que las personas sientan que se están ahogando en los peores casos.

“Tenemos personas pobres, desempleadas; algunos que no pueden obtener frutas y verduras frescas, por lo cual comen muchas cosas que los hacen obesos y diabéticos”, consideró Edward, el ejecutivo del hospital. “Cuando se agrega todo eso, disminuye la capacidad del cuerpo para combatir una infección”.

Dirigiéndose a los legisladores durante una audiencia, en junio pasado, Janette Angulo, directora del Departamento de Salud Pública del condado Imperial, dijo que si había un lado positivo en todo esto, era que la pandemia estaba llamando la atención sobre los problemas de la región.

“El condado Imperial es una comunidad con desventajas crónicas, desatendido y con fondos insuficientes”, comentó. “No es ningún secreto que ya antes de esta pandemia el condado tenía una gran necesidad de recursos. El COVID-19 llegó para agravar su situación”.

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Dos mujeres con mascarillas ingresan a Estados Unidos desde Mexicali, en el cruce fronterizo en Caléxico.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

Eso se hizo visible en mayo pasado, cuando los casos de COVID-19 comenzaron a subir. Los expertos en salud aseguran que las reuniones sociales provocaron el aumento repentino. A fines de ese mes, los hospitales de Mexicali empezaron a rechazar a pacientes con COVID-19, lo cual obligó a los ciudadanos estadounidenses y a titulares de la tarjetas verdes a cruzar la frontera hacia el condado Imperial.

La afluencia comenzó a abrumar a los hospitales, obligándolos a estabilizar y transportar a los pacientes con COVID-19 fuera de la región. Más de 40 de ellos fueron trasladados al Paradise Valley Hospital, en National City.

Tents have been erected at El Centro Regional Medical Center to serve coronavirus patients.
Se erigieron carpas en El Centro Regional Medical Center, para atender a pacientes con coronavirus.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

En un lapso de tres días, a mediados de mayo, el hospital recibió a unos 20 pacientes del condado de Imperial. Muchos de ellos estaban gravemente enfermos y necesitaron hasta dos meses de atención. “Fue como ver llegar una tormenta”, señaló Patricia Dobbs, enfermera a cargo de Paradise Valley.

“Las compuertas se habían abierto”, agregó Jennifer Saunders, directora de servicios de emergencia en el hospital. “Todos estaban muy asustados”.

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El hospital estaba tan atareado con los traslados de pacientes que, a veces, un helicóptero ambulancia volaba en círculos arriba, en un patrón de espera, mientras que otro dejaba a un paciente.

Cada dos horas, los funcionarios estatales solicitaban traslados, y se aseguraban de que se recibieran las historias clínicas. Incluso los residentes llamaban, preguntando por qué había tantos aterrizajes de helicópteros.

Un helicóptero ambulancia aterriza en El Centro Regional Medical Center, para recoger a un paciente.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

Según Saunders, debido a que las visitas al hospital no estaban permitidas, usaban tabletas para permitir que las familias se vieran por videollamadas. “Es desgarrador saber que un familiar puede ir al hospital, despedirse de un pariente y no volver a verlo durante un mes”, comentó.

El cuatro de julio pasado, Saunders recibió otra llamada de ayuda de El Centro Regional Medical Center. El hospital del condado Imperial necesitaba transferir pacientes; entre ellos a un matrimonio, los Luera.

Saunders ya había visto la capacidad del COVID-19 para separar familias; un hombre tenía a su familia dispersa en hospitales de California. Incluso el personal sanitario había estado lejos de sus propios parientes. “Anteriormente, si su cónyuge ingresaba al hospital, usted podía ir a visitarlo”, dijo. “Ahora, todo eso quedó atrás”.

Si el hospital podía mantener a los Luera juntos, ellos agradecerían ampliamente la oportunidad.

Nurse Kyah Paschall checks on coronavirus patient Patricia Luera at Paradise Valley Hospital in National City.
La enfermera Kyah Paschall revisa a la paciente de coronavirus Patricia Luera, de 64 años, conectada a un respirador en el Paradise Valley Hospital, en National City.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

El 5 de julio, los Luera llegaron en helicóptero. Fueron colocados en la unidad de cuidados intensivos, separados por una habitación, sedados y conectados a respiradores artificiales.

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Pedro Jr. se consideró afortunado. A principios de junio, el dueño de un restaurante en El Centro, de 37 años de edad, dijo que había sido infectado con COVID-19. Se puso en cuarentena en una habitación de invitados en su casa, durante casi un mes. También les dijo a sus padres que no lo visitaran. Se hizo la prueba seis veces, hasta que una demostró que tenía la enfermedad infecciosa.

Su esposa, Aracely, también de 37 años, se hizo el examen el 22 de junio. Le tomó alrededor de 16 días obtener sus resultados: positivos. Sus hijos, de ocho y siete años, y su hija de cuatro meses no han mostrado síntomas de infección. Pedro Jr. preferiría que su madre y su padre estuvieran sanos y en casa. Pero saber que estaban juntos, al menos le daba algo de tranquilidad.

El 17 de julio, su madre fue trasladada a una sala común. Su padre permanece con asistencia respiratoria.

Fue un momento agridulce para Pedro Jr. Aunque su madre estaba mejor, había otras complicaciones de salud de las que ahora tenía que ocuparse. Y su papá sigue enfermo.

Aún así, dijo, tiene la esperanza de que ambos se recuperarán por completo: “Estoy orando por eso”, confió.

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