Muchos reniegan del mensaje de ‘quedarse en casa’ de los funcionarios; para los expertos, se podrían tomar mejores medidas
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Con el coronavirus desenfrenado en Los Ángeles y un posible colapso hospitalario para esta Navidad, los funcionarios apelaron una vez más a una frase familiar: ‘quédese en casa’.
“Mi mensaje no podría ser más simple: es hora de resguardarse. Es hora de cancelar todo”, afirmó la semana pasada el alcalde de Los Ángeles, Eric Garcetti. “Si puede quedarse en casa, quédese en casa”.
Unos 33 millones de californianos se encuentran ahora bajo una nueva orden regional de permanecer en el hogar, que comenzó este pasado domingo por la noche; un último esfuerzo para contener un aumento alarmante de casos de coronavirus en todo el estado. El contundente mensaje funcionó para doblar la curva en la primavera, cuando el miedo al nuevo patógeno y las formas insidiosas en que podía propagarse mantuvo a muchos en el interior. Pero nueve meses después, las palabras parecen haber perdido peso.
El porcentaje de angelinos que se quedan en casa, excepto para actividades esenciales, se mantuvo sin cambios desde mediados de junio —alrededor del 55%— a pesar de las súplicas de los funcionarios de salud en las últimas semanas para que la gente reduzca sus actividades, según una encuesta realizada por la USC.
Algo similar ocurrió a nivel nacional, dado que millones de estadounidenses recorrieron el país en zigzag para visitar a sus familiares durante las vacaciones de Acción de Gracias, desobedeciendo los consejos de los funcionarios de salud.
“No es porque el público sea irresponsable; es porque están perdiendo la confianza en los funcionarios de salud pública que imponen restricciones arbitrarias”, expresó la Dra. Mónica Gandhi, especialista en enfermedades infecciosas de UC San Francisco. “Estamos fallando en nuestros mensajes de salud”.
Los funcionarios se enfrentan a un público fatigado, así como a varias personas que no creen en el peligro del virus, amplió Gandhi. Pero la doctora también forma parte de un número creciente de expertos que piensan que hay una mejor manera de involucrar a aquellos que quieren tomarse la pandemia en serio: aprendiendo una lección de la estrategia de salud pública conocida como reducción de daños.
Utilizada típicamente para describir programas de educación sexual e intercambio de jeringas para consumidores de drogas, la reducción de daños tiene como objetivo mitigar los riesgos de comportamientos peligrosos en lugar de intentar que la gente cese de realizarlos por completo.
Cuando se trata de la pandemia de COVID-19, un enfoque de reducción de daños alentaría a usar mascarillas y poner en práctica el distanciamiento social, en lugar de exigir que las personas no tengan ningún contacto con amigos o familiares con quienes no residen. En otras palabras, incluso durante una pandemia, la abstinencia total no es eficaz.
L.A., sin embargo, adoptó una actitud más cercana al “solo di no”. La semana pasada, el Condado se convirtió en uno de los únicos lugares del país en poner un alto a todas las reuniones al aire libre entre personas que no comparten hogar, prohibiendo así, por ejemplo, a dos amigos reunirse en un parque o hacer una caminata con mascarillas puestas. El gobernador Gavin Newsom hizo lo mismo e incluyó la prohibición en su orden regional de quedarse en casa.
Los funcionarios de California están desesperados por revertir una avalancha sin precedentes de nuevos casos de coronavirus en todo el estado, e incluso sus críticos reconocen la imposibilidad de la situación.
Pero prohibir las actividades al aire libre relativamente seguras corre el riesgo de alienar a la gente que quiere seguir las reglas pero se siente agotada, ignorada y, a veces, confundida por éstas, comentó Emily Oster, economista de salud de la Universidad de Brown. “Algunas de las cosas que nos impiden hacer son de un riesgo absolutamente bajo”, señaló. “Cuando son tan estrictos con lo que la gente puede hacer, el público deja de escuchar”.
Los cierres agresivos y generalizados de empresas pueden persuadir a las personas de quedarse en casa y, en última instancia, cambiar el rumbo de un gran pico, como ha sucedido en otras partes del mundo, exponen los expertos. Y es posible que las súplicas cada vez más urgentes de los funcionarios en los últimos días empujen a un gran número de individuos a quedarse en sus hogares nuevamente.
Pero en el condado de Los Ángeles, las últimas medidas ya han provocado una reacción sin precedentes, particularmente debido a lo que muchos consideran políticas inconsistentes. A diferencia de los bloqueos exitosos en otros países, que mantienen a la gente puertas adentro al cerrar casi todos los negocios, los funcionarios aquí son reacios a cerrar tiendas sin ayuda federal para aliviar las pérdidas financieras.
Entonces, en la versión actual de un cierre de Los Ángeles, se les pide a las personas que se refugien en sus hogares mientras las grandes tiendas y centros comerciales dan la bienvenida a los clientes para que efectúen las compras navideñas.
“Dicen que no es seguro siquiera salir de casa; hay que quedarse en el hogar todo lo posible, pero yo me veo obligada a ir a trabajar”, afirmó Toby Thomas, empleada minorista de Los Ángeles, quien tiene una enfermedad autoinmune que la hace especialmente vulnerable al COVID-19. “Simplemente se contradicen con todo lo que expresan”.
El concepto de reducción de daños se empezó a utilizar originalmente en la década de 1980 cuando médicos y activistas luchaban por reducir la transmisión del VIH entre las personas que se inyectaban drogas. En lugar de evitar que consumieran por completo, optaron por proporcionarles agujas limpias que, al menos, harían el comportamiento más seguro.
Esa filosofía ahora se aplica a cualquier problema de salud pública para el que se considere que mitigar el riesgo es más efectivo que un enfoque de todo o nada. Eso incluye proporcionar condones a los adolescentes para promover relaciones sexuales más seguras o alejar lentamente a los pacientes de la comida chatarra para mejorar su dieta, precisó el Dr. Eric Kutscher, médico clínico de la Universidad de Nueva York.
Kutscher, quien recientemente escribió sobre la reducción de daños y el COVID-19, reconoce una verdad incómoda: que la gente va a socializar tanto si se le permite hacerlo como si no.
También cree que la retórica de los funcionarios de salud carece de matices, en parte porque inicialmente estaban tratando de silenciar el hecho de que el presidente Trump minimizara la amenaza del virus. Pero como médico de primera línea, Kutscher teme que los mensajes actuales avergüence a la gente y omita sus necesidades: que aún tienen que ir a trabajar, que se sienten solos y deprimidos.
“Claramente, lo que estamos haciendo no está funcionando”, remarcó Kutscher. “La idea de que la gente se reuniera para celebrar Acción de Gracias es aterradora. Realmente me molesta, pero creo que tenemos que descubrir cómo ir más allá de esa respuesta visceral para enfocarnos en una conversación productiva real”.
Una respuesta a la pandemia guiada por la reducción de daños explicaría los niveles de riesgo de las diferentes actividades y permitiría que las personas decidan sus niveles de comodidad, con quizá una prohibición total para los entornos más peligrosos. La investigación de salud pública descubrió que esta estrategia hace que la gente se sienta capacitada para tomar sus propias decisiones y que, en última instancia, no corren más riesgos de los que tendrían de otra manera.
Siguiendo el modelo de reducción de daños, el departamento de salud de la ciudad de Nueva York publicó una guía que orienta a la gente tanto para la socialización con amigos como para los encuentros sexuales durante la pandemia. En San Francisco y otras partes del Área de la Bahía, los funcionarios reconocieron que socializar puede mejorar la salud mental y brindaron consejos sobre cómo crear burbujas sociales y compartir de manera segura una comida al aire libre con amigos.
Pero ello no sucedió en Los Ángeles. Aquí, las reuniones al aire libre de cualquier tipo no fueron permitidas oficialmente hasta mediados de octubre, por lo cual los angelinos que veían a amigos antes de eso tenían que decidir sus propias precauciones. Y ahora, como parte de una orden de emergencia de tres semanas —que también cerró los patios recreativos y las cenas al aire libre— esas reuniones están nuevamente prohibidas.
A medida que una vacuna COVID-19 comienza a estar disponible, surge un nuevo desafío: convencer a la gente para que la obtenga.
“Parece una bofetada en la cara”, expresó Kate Stanwick, de 32 años. Después de varios meses solitarios de quedarse en su casa, Stanwick comenzó a trotar con mascarilla y distancia social junto con una amiga por las mañanas, lo cual considera una opción de bajo riesgo a pesar del último endurecimiento de las pautas. “Me pone en una posición en la que estoy rompiendo las reglas”, expuso.
La directora de salud pública del condado de Los Ángeles, Bárbara Ferrer, señaló que con una prevalencia tan alta de COVID-19 en todo el Condado, incluso las reuniones al aire libre pueden volverse inseguras si las personas pasan mucho tiempo juntas, especialmente si no se colocan las mascarillas.
Las nuevas medidas son un intento de reducir rápidamente las tasas de casos para evitar que los hospitales se desborden, agregó. “Realmente no tenemos más remedio que usar todas las herramientas disponibles para detener el aumento”, remarcó Ferrer. “Esto no es para siempre”.
Cuando se le preguntó por qué el Condado no intenta tomar algunos principios de la reducción de daños, Ferrer respondió que los intentos de dar más control a las personas y las empresas han fracasado en el condado de Los Ángeles. Solo funciona si la gente mantiene sus mascarillas puestas y se distancian de forma adecuada, y eso no está sucediendo, sostuvo.
Si la gente “está fatigada y realmente no quiere seguir tomando estos pasos básicos de precaución, entonces este enfoque no funcionará tan bien como debería”, agregó. Si incluso una pequeña fracción de las personas no cumple con las medidas de seguridad, eso aún puede derivar en miles de casos e incluso muertes, dijo.
En las próximas semanas en el condado de L.A., los hospitales tratarán de entrenar a su personal para satisfacer mejor las necesidades de los pacientes en estado crítico.
Aún así, prohibir los pequeños lugares de reunión al aire libre hace poco para detener la propagación del virus y podría ser contraproducente, destacó Julia Marcus, investigadora de enfermedades infecciosas de la Universidad de Harvard.
La mayor parte de la transmisión del coronavirus ocurre en espacios interiores, especialmente en ambientes con poca ventilación, según los estudios.
“Las reuniones al aire libre con uso de cubrebocas y distancia social sirven para darles un respiro a las personas, para que puedan evitar las situaciones que realmente queremos que eviten, como multitudes y cenas en ambientes de interior”, comentó Marcus. “Lo que puede salvar a Los Ángeles en este momento es hacer que la gente salga al aire libre, y en cambio imparten estas políticas que en realidad pueden hacer lo contrario”.
Rabi Abonour, de 30 años, disfrutó de dar paseos en bicicleta con amigos -y mascarillas- para romper la monotonía de vivir solo durante la pandemia. Pero se siente decepcionado por las últimas políticas, que parecen innecesariamente punitivas y no están alineadas con la ciencia disponible, remarcó. “Los números siguen aumentando. Entonces uno se pregunta: ‘¿Esto realmente está funcionando?’”.
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