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La reapertura parcial de Disney California Adventure: Por qué en 2020 nuestros espacios entrañables parecen tan distintos

April Levar, daughter Ruth walk in masks in Downtown Disney District and a few people walk nearby.
April Levar y su hija, Ruth, compran en el distrito de Downtown Disney el 19 de noviembre, el día en que Disney California Adventure reabrió sus puertas para hacer compras y visitar ciertos restaurantes.
(Myung J. Chun / Los Angeles Times)

El día de Acción de Gracias, tomé una decisión directamente opuesta a lo que mi instinto me decía: fui al Disneyland Resort para cenar en Disney California Adventure.

Era la cuarta vez que salía a cenar durante la pandemia; lo había hecho solo dos veces antes y otra vez para una cita, esta última resultado de un complejo cálculo que hice, en el cual los riesgos de seguir estando solo, así como el peligro de una infección, parecieron palidecer en comparación con la persona que había conocido (lamentablemente, la relación no llegó a ninguna parte).

En tiempos de estrés, ansiedad y depresión —y 2020 ha sido todo eso y más para muchos de nosotros— a menudo es reconfortante visitar un lugar familiar, un sitio entrañable que pueda asegurarnos que todavía somos parte de una comunidad más amplia y que distraiga nuestra mente de la realidad, aunque sea por un breve momento.

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Hace mucho que recurro a Disneyland para ello. Más que un simple parque temático, Disneyland está a la par de las mejores y más estereotipadas instituciones artísticas de la región; un reflejo del arte pop estadounidense que está a la vez congelado en el tiempo y en constante evolución.

Y así, por primera vez desde marzo, me encontré nuevamente dentro de un parque temático, un sitio que frecuentaba a menudo antes de la pandemia y al cual espero volver algún día.

Ese ‘algún día’, sin embargo, se siente más lejano ahora que durante los últimos nueve meses.

Holiday decorations and social distancing signs in the Downtown Disney District on Nov. 19 in Anaheim.
Las decoraciones navideñas y los letreros de distanciamiento social conviven en el distrito Downtown Disney de Anaheim, el 19 de noviembre, el día en que Disney California Adventure reabrió sus puertas sin atracciones, pero con algunos sitios de compras y comidas.
(Myung J. Chun / Los Angeles Times)

Sin duda, lo pasé muy bien en Carthay Circle, uno de los mejores restaurantes del complejo, y me alegró ver al personal habitual. No me arrepiento de haber ido, pero mi tiempo en Disney California Adventure, donde solo la calle principal del parque estaba abierta para ir de compras y comer, pareció provisional; un medio paso que todos estaban dando en pos de lograr un falso consuelo.

Cualquier consuelo momentáneo de ver lugares y personas familiares fue reemplazado al día siguiente con una sensación de tristeza, la comprensión de que los parques ahora tienen un uso indebido: como centro comercial, mientras que sus empleados intentan conducirse lejos de aquellos sin mascarillas.

Y ahora, en medio del aumento más grande y peligroso de infecciones por COVID-19 hasta la fecha, además de una nueva orden de permanencia en el hogar vigente durante al menos tres semanas, ni siquiera esas escenas pueden suceder. Downtown Disney está limitado otra vez a la venta minorista y a comidas solo para llevar, y el parque temático vecino Knott’s Berry Farm canceló su degustación de comida navideña. Pero para mí, ninguna parece una vía a seguir en este momento, en el que los líderes locales, estatales y federales aún se contradicen, incapaces de crear mensajes coherentes en torno a la salud pública o la estabilidad empresarial.

William Bishop sits with two female statues and performer Clay Mayfield in a western outfit walks near him.
William Bishop, de 71 años (a la izquierda), de Stanton, es recibido por el artista Clay Mayfield, disfrazado de bandido, durante el evento Knott’s Taste of Calico, el 31 de julio, en Knott’s Ghost Town en Buena Park.
(Mel Melcon/Los Angeles Times)

En Knott’s y Downtown Disney observé cómo los visitantes esperaban hasta el último momento posible para ponerse sus mascarillas faciales, lo cual es menos una indicación de que los parques temáticos pueden hacer cumplir las reglas y más un símbolo del fracaso de nuestro país en establecerlas como un objeto necesario. No creo que esto haya sido culpa de ninguno de los que han trabajado incansablemente para que nuestros parques temáticos sean sitios seguros. Los empleados de Disney, así como de Knott’s Berry Farm, fueron ejemplares en el esfuerzo por mantener a la gente distante y las cubiertas faciales sobre la nariz.

Me sentí especialmente aliviado, por ejemplo, cuando los camareros de Carthay les indicaron a los comensales que mantuvieran sus cubrebocas puestos en todo momento y que se los quitaran únicamente para tomar una copa o un bocado. Y al mismo tiempo me molestó que el tipo que estaba a dos mesas de mí interpretara esto en el sentido de que nunca debía bajar el vaso de cerveza por debajo de su pecho.

Knott’s Berry Farm, de 100 años de antigüedad —que había sido creativo en los últimos meses organizando eventos de comida con boleto anticipado y entretenimiento limitado—, así como Disneyland, que existe hace 65 años, representaron durante mucho tiempo los cambios en la cultura del ocio del sur de California, con versiones idealizadas de un pasado cinematográfico junto a mezclas culturales. Especialmente en el caso de Disneyland, a ello hay que agregarle una visión optimista de lo que nos queda por recorrer. No obstante, todavía tenemos este presente.

A few masked adults and children on Buena Vista Street at Disney California Adventure.
Buena Vista Street ofrece a los visitantes un trozo de un parque temático de Disney. Reabrió en Disney California Adventure el 19 de noviembre, aunque el resto del parque permanece cerrado.
(Myung J. Chun/Los Angeles Times)

Pasé unas cuatro horas en la recién inaugurada Buena Vista Street en Disney California Adventure. Aproximadamente 90 minutos de ese tiempo fueron en Carthay. Durante el resto de mi visita, esperaba captar algo parecido a por qué los parques significan tanto para mí. No fue posible, a pesar de la cantidad de personalidades en Instagram que argumentan lo contrario publicando selfies con una salchicha empanada en maíz en la mano. En lugar de eso, pasé la mayor parte del tiempo sentado cerca de la salida de Soarin’ Around the World, en parte porque no había otras personas allí, y en parte porque eso era lo que Disneyland permitía a los visitantes.

También elegí este lugar porque me daba una vista de las vías del monorriel —que alguna vez fue una idea para un sistema de transporte que podría haber ofrecido una alternativa a la cultura automovilística del sur de California— así como un camino lleno de árboles que lleva a algunas de las áreas temáticas más exquisitas del parque, incluidas las profundidades sinuosas de Grizzly Peak y Cars Land, esa carta de amor a la Ruta 66. Aunque no pude explorar, este lugar me recordó eso que los parques de Disney hacen mejor: crear una sensación de curiosidad mientras deambulamos entre lo que es esencialmente una instalación de esculturas a gran escala.

Las áreas más transitadas de Buena Vista Street simplemente me entristecieron. En el momento en que estuve allí, se animaba a los visitantes a hacer fila para visitar las tiendas a ambos lados de la calle. No me uní a ellos, ya que al día de hoy me niego a entrar a cualquier lugar que no sea mi apartamento. Pero las tiendas sin las atracciones también redujeron los parques a sus aspectos más desagradables, es decir, son lugares que existen para comprar productos y fomentar el fetichismo entre los coleccionistas.

En tiempos no pandémicos, solía pasar una o dos horas recorriendo la calle Buena Vista y sus ramificaciones. Ya sea que se trate de un paso elevado del monorriel que evoca al puente de Glendale Boulevard-Hyperion Avenue, o más abajo y doblando la esquina, donde hay guiños arquitectónicos a Frank Gehry y el Crossroads of the World de Hollywood, todo es un pequeño curso intensivo sobre los estilos de SoCal, con énfasis en Los Feliz y Hollywood.

Debido a los requisitos de distanciamiento físico y las filas para entrar en espacios de interior, nada de eso es realmente posible en este momento. Sigue siendo un parque temático de Disney, sí, pero está amortiguado, y las decenas de miles de despidos, muchos de los cuales afectan las divisiones de parques temáticos, dicen más sobre la confianza de la compañía en un repunte en el futuro cercano que cualquier declaración pública.

Two pedestrians and a bus on Buena Vista Street.
Cuando Disney reabrió partes de Buena Vista Street, el parque no era un lugar para explorar.
(Myung J. Chun/Los Angeles Times)

Desde que Walt Disney World reabrió este verano —¡no hay reglas en Florida!— muchos de nosotros hemos escuchado, repetido una y otra vez, que los parques son más seguros que cualquier otro lugar. Eso es cierto, en cierto sentido. Esta mañana, el guardia de seguridad de mi edificio se negó a usar una mascarilla mientras me entregaba un paquete del correo, lo cual me hizo temer más en mi propio complejo de apartamentos que en Knott’s o Downtown Disney.

Pero el hecho de que la gente en los parques temáticos pueda cumplir más que en cualquier otro lugar significa poco cuando afuera de las puertas de entrada puede pasar cualquier cosa. Entonces, antes de dejar Disney California Adventure el Día de Acción de Gracias, regresé a ese banco en Grizzly Peak, cerca de Soarin’. Pasé unos 10 minutos mirando una pista de monorriel, sabiendo que nunca arribaría ninguno. Por supuesto que no; en este momento, nadie parece tener interés en ofrecer un símbolo de un futuro mejor más allá de las vagas promesas de que podremos tener acceso a una vacuna en mayo o junio (crucemos los dedos).

Entonces, que Knott’s cierre y Downtown Disney dé marcha atrás es simplemente otro recordatorio de que estamos fallando como país en proteger a quienes trabajan en los parques. ¿Pero, y los visitantes que disfrutan de esos sitios? No perdemos nada. La posibilidad de caminar en parques mayormente cerrados, en medio de un invierno en el que los casos de COVID-19 van en espiral convirtió estos espacios en símbolos de derrota, un encogimiento de hombros que simplemente decía: “Esto es lo mejor que podemos hacer”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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