OPINIÓN: ‘El Tigre de Occidente’
- Share via
Hay un Dios: se llama Karma,
y tiene un perverso sentido del humor.
John Reinke, ex gerente de ‘G.W Zoo’
Recordé instantáneamente a ‘La Tigresa del Oriente’, aquella señora loca que se hacía pasar por cantante y bailarina en un Perú ávido de algarabías –y que terminó siendo la escotilla de entrada al Meme contemporáneo–, cuando vi al dueño del zoológico ‘Exotic Animal Memorial Park’ en el condado de Garvin (Oklahoma), contonearse encima de una Chevrolet Cheyenne, al ritmo de una odiosa canción Country en un penoso playback.
La referencia puede llegar, de manera más cercana a México, de la mano de Irma Serrano: ‘La Tigresa de la Canción Ranchera’. La vida, rica, no es más que una trama de coincidencias, diría Guillermo Cabrera Infante.
Leí, en una entrevista realizada al artista visual Bruno Gruppalli (Bs.As., 1984), titulada ‘El otro lado de las cosas’, que el fundamento de todo su arte, radica en un recuerdo de su infancia: “Yo crecí en un lugar llamado Wilde, es un lugar pequeño, extraño. Y cuando tendría unos cuatro años llegó un circo y se instaló en unos terrenos vacíos al lado de una autopista unos días. Entonces fuimos con mi mamá y mis hermanos a verlo. Anunciaban que tenían un león (cosa algo extraña ya que el circo se veía pequeño, en mal estado, difícil imaginarse que podían viajar con un león). Cuando llegaba el momento de que saliera el león, un hombre de traje presentaba la actuación, nos pedía sumo cuidado por el peligro, etc. Luego de la presentación recuerdo que se armó un silencio, el hombre de traje miraba para un costado y hacía señas con su mano para que el león se acercara y pudiéramos verlo finalmente. Algo ansioso, el hombre comentaba que el león no quería salir. En determinado momento suena un roarrrr de león, claramente reproducido desde una bocina, de donde en teoría se encontraba el tímido león que no quería salir a escena. Ese sonido de cassete era la prueba de que el león estaba ahí pero no lo veíamos. Al presentador eso le bastaba para demostrar a la gente que había pagado para ver a un león en Wilde, que el animal estaba pero no quería salir: Ficción”.
Esta respuesta de Gruppalli, me bastó para entender la composición o hilo negro de la serie documental ‘Tiger King: Murder, Mayhem and Madness’ (2020). Es la misma tesis del pequeño circo de Wilde, sólo que a la inversa: los verdaderos intérpretes son los felinos, y la muchedumbre a su alrededor, la atracción; su verdadero YO que no quiere salir a escena porque es tímido: Ficción. El elemento cassete en este caso, es el hecho grotesco, prueba de que los personajes están ahí, han sido grabados, son reales pero no los podemos ver del todo en su apariencia genuina, y eso nos basta como demostración absoluta. Como en el ingenuo circo de Wilde, no hay reembolso de ticket.
“Hoy en día, hay más tigres en cautiverio en Estados Unidos que en el resto del mundo”, reza el primer testimonio de la docuserie, oración que funge también, como epígrafe a una tragicomedia en la que desfilan un sinnúmero de freaks (raros) –como abrir durante sesenta segundos la aplicación ‘TikTok’–: magos, ilusionistas, presentadores de noticias, representantes de fundaciones en pro de los animales, publirelacionistas, asesores de campañas políticas, guardianes de zoológicos, managers, productores de televisión por Internet, alguaciles, falsos sicarios, magnates, narcotraficantes, guardias de seguridad, encargados de tiendas de armas, miembros de sectas, polígamos, gays, bisexuales, viudas asesinas, federales sexys, gurús de yoga, depredadores sexuales, Shaquille O’Neal y David Letterman, en una fábula de confrontaciones y rivalidades entre dos guardianes de zoológicos: Carole Baskin y Joe Exotic, quienes luchan por la “moralidad de la cría de animales”, pero que en verdad, los utilizan como mascotas de atracción Pop–Up, beneficiándose de sus atributos aparentemente tiernos –un tigre bebé puede abrir todos los corazones y todas las piernas del mundo, es lo más parecido a un gafete de prensa de la revista ‘Vice’, por más absurdo que sea–, cobrándole a la clientela por la misma manutención de las mascotas.
Joe Exotic tenía en su poder 187 felinos. Para su alimento, gastaba ¾ de millón de dólares, lo que equivalía a unas treinta cabezas de ganado al día.
Cuando revisas estos números, alcanzas a ver el lado oscuro de una persona adicta al dinero rodeado de dólares rugientes.
Cuando un tigre alcanzaba una edad relativamente mayor –en exposición sólo podían usarse hasta los seis meses de nacidos– los asesinaba para librarse de los gastos. Hasta que la sola exhibición dejó de ser lo suyo, y se dedicó a vender animales, puesto que esto generaba mayor número de dinero y de espacio en el zoológico.
Es así, que con una banda sonora a la altura de Tom Waits, estos dos personajes –como sacados de la mente retorcida de Bob Camp– luchan en la sala del tribunal, a través de sitios Web, espionajes, violaciones de marcas registradas, y finalmente, la farsa cae con el complot de Joe para que Carole fuera asesinada por un “mercenario”.
Como en la historia de Gruppalli, este circo está lleno pero vacío, dentro de él, se esconde el mismísimo Gato de Schrödinger, la mecánica cuántica del Karma, las paradojas y contradicciones del ego. La eventualidad de que cada personaje que aparece en pantalla sea culpable es, al igual que la partícula radioactiva del experimento de Erwin Schrödinger, de un 50% de probabilidades de desintegrarse en la culpa. La única forma de averiguar qué es lo que ha ocurrido, es abriendo la caja, la reja del tigre, pero mientras se abre una posibilidad se cierra otra jaula en un universo paralelo, pues Joe Exotic fue condenado a veintidós años de prisión por dos cargos de homicidio y diecisiete cargos de abuso de animales exóticos, incluyendo el asesinato de cinco tigres.
“Antes de que esto termine, voy a acabar con todos”, expresa Joe en su programa de Internet. Al final, como espectador, te das cuenta de que el Karma tiene una manera sorprendente de ocuparse de todas las situaciones; lo único que tienes que hacer es sentarte y mirar.
Nota importante: El nombre de la niñera contratada por Jeff Lowe es Masha Diduk.
IDEM: ¡Erik Cowie es el puto amo!
Suscríbase al Kiosco Digital
Encuentre noticias sobre su comunidad, entretenimiento, eventos locales y todo lo que desea saber del mundo del deporte y de sus equipos preferidos.
Ocasionalmente, puede recibir contenido promocional del Los Angeles Times en Español.