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Durante la pandemia, los capellanes son un salvavidas para los reclusos

Brother Dennis Gibbs corresponds with inmates at the Community of Divine Love, an Episcopal monastery in San Gabriel.
El hermano Dennis Gibbs se comunica por carta con los internos de la Comunidad del Amor Divino, un monasterio episcopal en San Gabriel, para tratar de darles esperanza en un momento de gran aislamiento.
(Genaro Molina / Los Angeles Times)

Todos los días, el hermano Dennis Gibbs se sienta junto a una ventana en la sala de su monasterio en el Valle de San Gabriel y escribe una carta o dos para personas tras las rejas.

Sus “amigos en el interior”, como los llama el monje canoso, han mantenido una frecuencia de correspondencia cada vez mayor con él en estos últimos nueve meses, y compartido una visión íntima de la vida en las cárceles y prisiones estatales durante la pandemia.

Muchos han expresado su preocupación por el coronavirus y “la tenue sensación de cómo se está manejando [la pandemia] en las cárceles”, narró el religioso, de 66 años. También admitieron que algunos no reportan los síntomas por temor a ser aislados.

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Aunque a veces se siente impotente, Gibbs, quien codirige un ministerio de justicia restaurativa de la Diócesis Episcopal de Los Ángeles y visitaba las cárceles del Condado cuatro días a la semana antes de la pandemia, se siente animado por el aumento de los amigos por correspondencia. También hace circular un boletín —que comenzó en junio para los presos— que presenta reflexiones espirituales y citas inspiradoras.

“Con suerte, todo esto ayuda a recordarles que incluso si no estamos físicamente cerca, seguimos allí con ellos”, enfatizó Gibbs, quien, a diferencia de otros capellanes, decidió no ingresar a las cárceles por temor a transmitir el virus. “Hay tantas respuestas, grandes y pequeñas, que creo que esto es un salvavidas”.

Desde marzo, los centros de detención suspendieron las visitas públicas y pusieron en cuarentena a quienes pueden haber estado expuestos al virus, lo cual hace que un ambiente ya de por sí estresante y solitario lo sea aún más.

El Departamento de Correcciones y Rehabilitación de California, que continúa lidiando con los brotes, también enfrenta críticas por no proteger debidamente a los reclusos.

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En las cárceles del condado de Los Ángeles y en otras partes del estado, los capellanes sienten una mayor responsabilidad de mantenerse conectados con los presos.

Escriben cartas o, si pueden, hacen visitas en persona, con el objetivo de brindar compañía y esperanza en un momento en que los reclusos temen por su seguridad y la de sus familias, y sufren directamente el número de víctimas fatales del virus.

“A veces nos preguntan, ‘¿Qué está pasando afuera? ¿Qué tan malo está todo realmente ahí afuera?’”, relató Frank Mastrolonardo, de 64 años, capellán protestante en las cárceles de Los Ángeles y fundador de un ministerio para prisiones, sin fines de lucro. “Muchas veces, hemos calmado sus sentimientos, porque piensan que todo se ha desbordado y venido abajo”.

Gibbs muestra algunas de las cartas que ha recibido de los reclusos, y asegura que las conserva todas.
(Genaro Molina/Los Angeles Times)

En el condado de Los Ángeles, los capellanes y voluntarios espirituales siguieron recorriendo los pisos de las cárceles con carritos cargados de material religioso y “se han considerado esenciales” durante la pandemia, expresó el portavoz del Departamento del Sheriff, teniente John Satterfield.

Es un marcado contraste con otros condados, que impusieron restricciones más severas. En Fresno, las visitas de la capellanía fueron suspendidas. En San Bernardino, dos capellanes contratados pueden visitar a los presos, pero los cientos de voluntarios religiosos no.

El Departamento de Correcciones y Rehabilitación, que está comenzando a implementar visitas por video al público en las cárceles, permite que los capellanes realicen asesoramiento individual. También ha proporcionado programación religiosa virtual, incluidos sermones que se transmiten durante la semana.

En una prisión del condado de Kern, el mes pasado, un capellán judío le llevó una kipá a un preso mayor, que supuestamente había solicitado estar bajo vigilancia suicida en una celda aislada, porque estaba aterrorizado de infectarse en un dormitorio común.

“Cuando me vio, simplemente sonrió”, afirmó el rabino, quien solicitó el anonimato porque no está autorizado para hablar con los medios. “Reconocer que uno no está solo en el miedo y en cómo se siente en general; eso es todo lo que podemos hacer”.

El sargento Alex Gamboa, quien trabaja en la unidad de Servicios Religiosos y Voluntarios de las cárceles del condado de Los Ángeles, notó un aumento en las solicitudes para ver a un capellán.

Más de 100 capellanes y voluntarios espirituales están activos, indicó Gamboa. En noviembre, los capellanes registraron más de 6.000 visitas con presos, en su mayoría individuales, y a menudo se reunían varias veces con la misma persona. También organizaron pequeños servicios de comunión.

“El apoyo nunca se detuvo”, remarcó el sargento, sobre la capellanía. “Realmente se les necesita mucho adentro en estos tiempos”.

La Arquidiócesis de L.A., por ejemplo, que emplea a ocho capellanes de cárceles que visitan a los reclusos con regularidad, informaron de un aumento en las charlas individuales. Según Gonzalo De Vivero, director de la Oficina de Justicia Restaurativa de la arquidiócesis, estas sesiones se dispararon de 342 en febrero pasado, a 2.550 en octubre.

Parte de la razón, sostuvo, es que los capellanes pasan más tiempo caminando por filas de celdas para ofrecer consejería ahora que ya no celebran misas grandes. Eso, a su vez, ha hecho que los presos se sientan más cómodos hablando con los capellanes para pedirles una oración, libros o un rosario.
Los capellanes han ayudado a consolar a los presos que perdieron familiares a causa del virus.

Eve Ortiz, una de las capellanes de la iglesia, pasa un promedio de tres a 10 minutos por reclusa en la cárcel de mujeres del Centro de Detención Regional Century, en Lynwood, donde trabaja cinco días a la semana.

Hace unos meses, asesoró a una joven de unos 20 años, que había sufrido la muerte de varios parientes cercanos a causa del virus. Ortiz, de 62 años, la escuchó y luego compartió la historia de dolor y resistencia de su propia familia. Ella le dijo a la mujer que su madre sobrevivió a la pérdida de tres hijos y vivió hasta los 91 años, sin poner en jaque su fe.

“Pude ver cómo se alejaba un poco de su dolor ante mi relato, para que yo sintiera empatía”, relató Ortiz. “Nos ponemos al mismo nivel”.

Si existe una cita con el destino, está escrita en el calendario del doctor Taison Bell.

Al decidir si continuaba visitando las cárceles, Mastrolonardo, el capellán protestante, reflexionó sobre una carta que Martín Lutero, el padre de la Reforma Protestante, escribió cuando una plaga azotó su ciudad de Wittenberg, Alemania. Lutero había dicho que fumigaría, ayudaría a purificar el aire y evitaría lugares donde su presencia no fuera necesaria, pero que acudiría a ayudar a un vecino necesitado.

Su ministerio distribuyó 30.000 tarjetas a las cárceles, entregándolas a los reclusos para que las envíen a sus seres queridos. “La gente salía volando de la cama”, relató Mastrolonardo, describiendo el entusiasmo cuando un grupo de capellanes y voluntarios caminaban por los dormitorios en North County Correctional Facility, en Castaic, para distribuir las tarjetas.

Al igual que Ortiz, el capellán consoló a varios reclusos que sufrieron pérdidas. “Veo a muchos hombres y mujeres destrozados tras las rejas, que no han tenido visitas; en algunos casos, tampoco tiempo libre en el patio”, relató Mastrolonardo. “Sus familiares fallecen afuera. ¿Quiénes los notifican de esas muertes? Los capellanes. ¿Quiénes los aconsejan? Los capellanes”.

La capacidad de la UCI ha disminuido al 1% en el condado de Ventura y al 0% en el de Riverside, mientras que el condado de Los Ángeles tiene menos de 100 camas disponibles.

Algunos expresos reconocen que los capellanes marcaron una diferencia duradera en sus vidas.

Laurence Roth, un residente de North Hollywood de 31 años, que fue liberado de una cárcel del condado de Los Ángeles en marzo, después de cumplir unos cuatro meses de servicio, recordó que no había recibido visitas porque quien era su novia entonces estaba desamparada y no podía contactarse con él, y su familia vivía en la costa este.

Roth destacó que su vida se transformó un día, cuando escuchó a Mastrolonardo predicar sobre el perdón de los pecados. El capellán a veces lo visitaba dos veces por semana a través de las rejas, relató. “Fue muy especial para mí, porque no tenía a nadie”, comentó Roth, un ex drogadicto que ahora trabaja en una iglesia y planea convertirse en pastor. “Mi vida se estaba desmoronando… Lo que me ofrecieron [los capellanes] fue un alivio de la culpa”.

La hermana Greta Ronningen escribe tarjetas de Navidad a los presos desde el comedor de la Comunidad del Amor Divino.
(Genaro Molina/Los Angeles Times)

Los capellanes que ahora ministran mediante la escritura de cartas también han mantenido fuertes conexiones con los reclusos. La hermana Greta Ronningen, que vive en el monasterio junto con Gibbs y codirige el ministerio de justicia restaurativa, relató que los reclusos a menudo están expuestos a traumas, pérdidas y abusos, y que “hay un profundo deseo de hacer las cosas bien, con sus familias, con ellos mismos, con Dios”.

Durante años, el personal de la Universidad Charles R. Drew ha construido una relación de confianza en el Sur de L.A. Es la mejor oportunidad de vencer las dudas sobre la vacuna COVID-19.

Ella recibió una carta cerca del Día de Acción de Gracias, de una mujer en un centro correccional para jóvenes en Camarillo. La mujer había esperado con ansias la semana de Acción de Gracias, y estaba devastada porque su dormitorio había sido puesto en cuarentena después de un caso positivo del virus.

Ronningen inmediatamente ordenó sus materiales en Amazon, incluida una novela para adolescentes y una meditación diaria sobre la autoestima, para animarla.

“Todo el mundo sabe que esto terminará; es solo aguantar y superarlo”, remarcó sobre la pandemia.

Gibbs sostiene un haiku que escribió para incluir en sus cartas a los presos.
(Genaro Molina/Los Angeles Times)

Una tarde reciente, Gibbs se sentó en el monasterio para responder varias cartas. Sobre su escritorio había un cuaderno para registrar su correspondencia y recortes de papel con mensajes inspiradores, además de haikus para guardar en sobres.

Un recluso de la Prisión Estatal de Valley le había enviado el compromiso de convertirse en un “compañero divino” del monasterio, uniéndose a un programa en el que los reclusos acuerdan seguir ciertos principios, como la no violencia, y construir una relación con los monjes.

Las prisiones son el epicentro de COVID-19; la comisión de justicia recomienda la liberación de los reclusos y la vacunación temprana.

Gibbs le había escrito seis cartas durante la pandemia. En la misiva que abrió el monje, el recluso expresó su gratitud y dijo que Gibbs lo había salvado una vez de un posible suicidio.

“Me alegro de haber asistido a su servicio religioso ese día, porque podría haber matado a la persona equivocada”, escribió. “Lloro cada vez que pienso en ese momento. No quiero olvidarlo nunca, porque me ayuda a mantener la humildad. Me salvó la vida”.

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